MADRID, 25 Abr. (OTR/PRESS) - El abuso sexual a menores es un crimen escandaloso que produce un daño irreparable en cada una de las víctimas, que marca la vida de esas personas y que no se recupera con el perdón. Es también un abuso de poder porque los agresores se valen de una situación de superioridad. Las víctimas siempre son inocentes y casi nunca pueden defenderse. Es el único delito en el que el abusador se siente inocente y la víctima culpable. Cuando eso se produce en el seno de una institución como la Iglesia Católica los abusos son un terremoto que merece publicidad y reparación, nunca ocultación y menos tapar a las víctimas. Y la Iglesia, no solo la española, ha tardado en pedir perdón y, en nuestro caso concreto, ha gestionado muy mal este problema al que solo se ha enfrentado cuando no le ha quedado más remedio porque otros lo han denunciado. El daño causado a las víctimas y el descrédito de la institución por este asunto han ido en paralelo.